¡Feliz Año Nuevo!

Richard Webb

La delgada línea roja entre la felicidad y la prosperidad. La economía peruana ha crecido diez por ciento en los últimos dos años. Además, sin inflación. No llega a ser un milagro económico, pero tampoco es un resultado despreciable.

 

Sin embargo, no estamos felices. De cada diez peruanos, entre ocho y nueve desaprueban la gestión de las autoridades públicas, un nivel inusitado de rechazo popular. Los índices de confianza y de inversión caen.

 

¿Somos ingratos? ¿Cómo explicar este extremo de frustración?

 

La Psicología Peruana

 

Quizás estamos ante una proclividad pesimista, o por lo menos, quejosa.

 

Esta interpretación parece sustentarse cuando se examinan los resultados de una encuesta efectuada por el Instituto Cuánto. Luego de identificar a un grupo de 290 hogares exitosos, cuyo nivel de gasto familiar se había elevado en 30 o más por ciento entre los años 1991 y 2000, se les preguntó cómo percibían ellos mismos su situación. En vez de reconocer y felicitarse, la mayoría negaba su propio éxito. Por cada uno que reconocía estar mejor, dos insistían en que estaban peor, a pesar de la evidencia contraria.

 

Otro indicio nos lo proporcionan los investigadores Carol Graham y Stefano Pettinato del Instituto Brookings en Washington, en el libro titulado “Happiness and Hardship,” (Felicidad y Penuria). Cuando comparan 36 países en cuanto al nivel de satisfacción con la situación económica personal, el Perú figura en el último lugar. Somos los reyes del descontento. Este resultado se entiende cuando nos comparamos con países desarrollados como el Canada, Suecia y los EEUU, pero, ¿por qué decimos estar más descontentos y más frustrados que los habitantes de países pobrísimos, como son la China, la India, Bangladesh y Nigeria?

¿Crear o quitar?

Richard Webb

La ilusión de los años 60 fue la redistribución de la riqueza, luego vino la desilusión. Ahora hay que pensar en cómo crearla. Hay dos formas de hacer economía: la riqueza la podemos crear o la podemos quitar. La primera se logra en base a la producción, con la que se crea una riqueza nueva; la segunda es el camino de la redistribución, o sea de la apropiación de una riqueza ya existente.

 

La redistribución tuvo su momento en los años setenta. Con ilusión se pusieron en marcha “reformas estructurales,” y con una comparable desilusión hoy contemplamos la triste secuela de esas medidas. En los años noventa se propulsó el gasto social a favor de los más pobres, forma también de redistribuir, pero el consenso político ha ido rechazando el “asistencialismo”.

 

Hoy, el concepto de la redistribución ha revivido como parte de la prédica descentralizadora. Así como la exagerada desigualdad en la propiedad de las tierras convenció a una mayoría de la necesidad de la reforma agraria, hoy las diferencias regionales parecen justificar una redistribución geográfica. En efecto, las cifras que constatan la desigualdad regional son impactantes. Lo que indican es una realidad que llega a ser moralmente ofensiva y, probablemente, a constituir un limitante para el desarrollo general del país.

 

Por ejemplo, Lima tiene un producto por persona de $US 3,300, Apurimac de apenas $US 663, Ayacucho de $US 999. En cuanto a los servicios, el 95 por ciento de las viviendas en Lima tienen luz eléctrica, y en Cajamarca es sólo 26 por ciento. Lima cuenta con 6.4 médicos por 10,000 habitantes, Huancavelica con 1.8 y Loreto con 1.7. El presupuesto de los gobiernos regionales es 21 por ciento del Presupuesto de la República aunque casi 70 por ciento de la población vive fuera de Lima.

 

El argumento descentralizador plantea que la redistribución del poder político serviría como instrumento para lograr una redistribución de la riqueza nacional, tornándose así en mecanismo de rápida nivelación en las condiciones de vida en las provincias. Lo que es innegable es que la verdadera descentralización es económica. Poco se habrá ganado con los gobiernos regionales si no contribuyen a elevar los niveles de vida en las distintas regiones. Lo que sí debe debatirse es el camino que debe seguirse para lograr esa elevación.

 

La opción redistributiva

 

Es una ilusión creer que la redistribución será la salvación de las provincias. Hay varias razones.

 

Primero, la redistribución ya existe. La mayoría de las regiones son receptoras netas de recursos fiscales. Los presupuestos de los trece departamentos más pobres del país, donde residen aproximadamente la mitad de sus habitantes, reciben cinco veces más en transferencias del Gobierno Central de lo que recaudan en tributos. Es cierto que una parte de lo que se recauda en Lima corresponde a negocios realizados fuera de Lima, pero las regiones se benefician de los gastos generales que hace el gobierno central en defensa, justicia, etc.

 

Segundo, esperar más del fisco es soñar. Somos testigos de la reciente, dolorosa aprobación del impuesto a las transacciones financieras, y de los atrasos e incumplimientos que se vienen dando en cuanto a la transferencia de los recursos presupuestados para las regiones, y el futuro fiscal se ve hasta más difícil.

 

Finalmente, para elevar los ingresos y el empleo en las provincias el factor más crítico no será el subsidio fiscal sino la inversión privada fresca. A nivel nacional, más del 80 por ciento de la inversión es privada y esa proporción se deberá repetir aproximadamente en cada región. Y el flujo de recursos privados no está ni estará sujeto a mandatos políticos redistributivos. Son más bien dineros que llegarán allí donde las condiciones de seguridad, de facilidades logísticas, y de respeto al orden legal y público inviten a la inversión.

 

La opción productiva

 

En mi opinión, de lejos, el instrumento más importante y más eficaz para levantar el nivel de vida en las regiones no es el de la redistribución, que será siempre limitada e insegura, sino el de la creación de riqueza propia. No es que la redistribución no sea justa, ni tampoco que no sea una parte de la solución. Pero el éxito o fracaso de cada gobierno regional dependerá sobre todo de su capacidad para enamorar, cultivar y mantener a la inversión privada.

 

Estoy convencido de que una consecuencia feliz e inesperada de la descentralización será una toma de conciencia por parte del país con relación al papel medular de la inversión privada. Es que, a diferencia de las autoridades de Lima, que viven en una estratosfera, alejados de la vida y el calvario diario de los empresarios, los responsables de los gobiernos regionales se codean con los empresarios locales y están cara a cara con el nexo directo entre inversión y desarrollo. El éxito de la gestión regional estará estrecha y visiblemente vinculado a la capacidad para seducir a los inversionistas y para cultivar un proceso sólido y sostenido de ahorro y de inversión.

 

Publicado en Caretas, 11 de diciembre de 2003.

 

 

 

Estado: Último modelo

Richard Webb

Cómo reprogramar la administración pública. El modelo actual del Estado peruano es tan obsoleto como dinosaurio. Se forjó antes de la democracia, antes de las computadoras, antes de la interconexión “en línea”. Es un Estado que no da seguridad ni justicia ni salud preventiva, no educa, no promueve la actividad privada y no protege los recursos naturales y culturales. En vez de darnos una mano para una vida mejor, las más de las veces es un estorbo. Y encima nos cuesta una fortuna.

 

Como país, una respuesta a esta inoperancia ha sido el autoservicio: la educación privada, los “services” de seguridad, los couriers, los comedores populares, los esfuerzos de la sociedad civil, y la presencia masiva de las organizaciones de base. Claro, se trata de una solución más que nada al alcance de los ricos. La otra solución ha sido hacer caso omiso, o sea, la informalidad.

 

Pero, antes de cambiar leyes, definamos qué esperamos de un Estado en el Siglo XXI. Si partimos de una visión general del tema, de un ejercicio de “planteamiento estratégico”, veremos que no basta cambiar leyes ni mucha reingeniería: como lo dijo la Primera Ministra al presentar su proyecto, la reforma requiere, además, un cambio en las personas.

 

La Tecnificación

 

El cambio tecnológico es a la vez reto y oportunidad para el Estado. El reto será el no quedarse atrás en cuanto a la tecnificación de las tareas de gobierno. La oportunidad consiste en aprovechar la tecnología de cómputo y la interconexión.

 

La estrategia que se viene adoptando para manejar la creciente complejidad y especialización del trabajo gubernamental consiste en crear instancias de autonomía técnica dentro del Estado, como son el BCR, las entidades reguladoras, la Sunat y la Superintendencia de Bancos. El presidente de EsSalud propone lo mismo para su entidad. Y quizás es hora de crear una entidad profesional y autónoma para la negociación de acuerdos comerciales.

 

-Mire, usted es un experto en telefonía. Encárguese de fijar tarifas justas, le pagamos lo que podría ganar en el sector privado, y no lo fastidiaremos.

 

Pero la estrategia cojea. Cuando se trata de pagar los sueldos necesarios, nos indignamos, y cuando no nos gustan las decisiones técnicas, hostilizamos a los funcionarios con investigaciones judiciales. De otro lado, no están bien establecidos los mecanismos para fiscalizar la gestión de los funcionarios “autónomos”.

 

Redondear esta estrategia de autonomía técnica es entonces, una tarea prioritaria, porque es urgente profundizar la tecnificación del Estado, y no sólo en el Ejecutivo. El Poder Judicial, por ejemplo, necesita de jueces y peritos judiciales que conozcan de finanzas y de otros temas especializados. Igualmente, al Congreso le hace falta más conocimiento experto en casi todos los temas donde legisla.

 

La tecnología no es solamente reto; es también oportunidad para la reforma del Estado. Ya lo demostró la Aduana en los años noventas con la computarización casi total de los procedimientos aduaneros, pasando así de ser una de las instancias más retrógradas de la administración pública a colocarse en la vanguardia, y ser incluso un modelo internacional de eficiencia y control de la corrupción. Empiezan a darse otros ejemplos de lo que es posible mediante el e-gobierno, como la Reniec, y el uso de la Bolsa de Materiales para las compras. Podemos incluso vislumbrar un Estado sin papel.

 

El Estado Socio

 

Para cumplir mejor sus tareas, el Estado debe trabajar como socio con el resto de la sociedad. Significa bajar al llano: no puede ser socio quien se considera amo y señor. Las modalidades son varias: la subcontratación de tareas administrativas y logísticas, los contratos con comunidades para administrar los centros de salud o los caminos rurales, las concesiones de recursos naturales o culturales o de infraestructura, los contratos de gerencia, los convenios con ONGs para cumplir tareas sociales o de promoción, y los convenios o contratos incluso entre distintas instancias del gobierno central.

 

La descentralización implica necesariamente más trabajo “en sociedad” entre las distintas instancias del Estado, sea entre un grupo de municipios, o entre municipio y gobierno regional, o entre éstos y el gobierno central. Tanto la democracia como la tecnología están obligando a que el Estado futuro sea menos vertical y más horizontal. Es la Era de las Redes.

 

Aprendamos a no endiosar al Estado. El Estado existe por la misma razón que el comité de administración de un edificio o de un club – administrar bienes y objetivos compartidos. Es un mero instrumento que debe servir, junto con otros medios, para mejorar la vida colectiva. Pero es hora de invertir en un modelo más actualizado.

 

Publicado en Caretas, 30 de octubre 2003.

 

 

 

Gobernar desde el llano

Richard Webb

El modelo para el nuevo Estado podría ser la tarjeta Visa. El cambio de la sociedad viene ganando la carrera al Estado. Las normas vigentes, diseñadas para un Estado vertical, jerárquico, imperativo, ya no calzan con la realidad de una democracia descentralizada, con entidades autónomas, un Congreso activista y una sociedad civil participativa e invasiva. Cada día el Estado es menos un Leviatán y más una federación de independientes.

 

El Estado carece de las normas y de la cultura apropiada para esta nueva realidad en la que no existen líneas claras de mando y donde cada tarea involucra a un pluri-repertorio de actores. Ya no basta simplemente con lanzar decretos desde las alturas: nadie está escuchando. Ahora, cada entidad del Estado debe trabajar fraternalmente con otras entidades y con actores de la sociedad civil cuyo aporte no puede ser exigido. El nuevo papel del Estado consiste en concertar, coordinar, concesionar, arbitrar y alentar desde el llano. El trabajo del Estado, pues, se vuelve más horizontal y menos vertical.

 

Algunos acontecimientos recientes grafican el problema.

 

• La UNESCO nos llama la atención por lo descuidado de Machu Picchu, donde trabajan por lo menos diez entidades oficiales, además de proyectos de ayuda. Nadie pone orden, dice la UNESCO.

 

• Moquegua y Arequipa se disputan el agua de Pasto Grande, Ancash y La Libertad la de Chavimochic, y Lambayeque y Piura las Islas de Lobos de Tierra. ¿Quién dirime? ¿quién concerta?
• En el aeropuerto de Lima operan 18 entidades oficiales y no existe un claro mando. ¿Tendrá algo que ver con las demoras de ejecución del proyecto?

 

Cuando nos enteramos de estas deficiencias, culpamos a los funcionarios. Pero el problema no está en la idoneidad de las personas sino en la estructura de poderes y reglas que hacen que cada tarea del Estado se vuelva una tierra de nadie.

 

No vale decir simplemente que “el Estado” debe liderar y poner orden. ¿Quién en el Estado?

 

Los grandes objetivos del Estado, los que los sucesivos gobiernos lanzan como “guerras” -a la pobreza, a la desnutrición, al narcotráfico, a la corrupción- o como campañas –proinversión, proagro, proturismo, proexportación, o pro medio ambiente- todas involucran a un gran conjunto de actores, públicos y privados. ¿Cómo lograr el necesario trabajo en concierto de entidades oficiales, de comunidades de ciudadanos y organizaciones de base, de ONG, de empresas contratistas o concesionarias? ¿Cómo lograr convenios de colaboración que sean más que meras expresiones de buena voluntad? ¿Cómo fiscalizar y exigir el cumplimiento?

 

Los programas de distribución de alimentos, ¿podrán reducir la desnutrición si no cumplen las autoridades que proveen agua potable? Prompex, ¿podrá aumentar las exportaciones si otras autoridades no cumplen con mejorar los puertos?

 

Cuando se inicie el proceso de reforma, éste debe partir de un análisis que defina la primera visión del problema. Partir del mundo como es antes de pasar al como debe ser, requiere una etapa previa al trabajo de los abogados. La realidad del incumplimiento, los costos de fiscalización, las distorsiones derivadas del cumplimiento imperfecto, deben ser parte de ese análisis inicial.

 

El estado del Estado parece ser un caos. Pero mi visión optimista es que gran parte de ese desorden es resultado de las transformaciones democratizantes que se vienen dando.

 

El inventor y presidente de la tarjeta Visa, el Sr. Dee Hock, bautizó su nueva organización con el término “chaordic,” (caos + orden), un orden que nace del caos.

 

Quizás el modelo para el nuevo Estado podría ser la tarjeta Visa. Se trata de un nuevo tipo de organización, esencialmente horizontal, en la que múltiples actores con distintos intereses y capacidades, se enlazan, pero donde la colaboración y cumplimiento de todos crea un extraordinario beneficio colectivo.

 

Publicado en El Comercio, 27 de octubre de 2003.

 

 

 

Los pobres… ¿Hasta cuándo?

Richard Webb

Los pobres han sido una constante de la historia vida humana. Ciertamente, los Evangelios nos expresan ese fatalismo: “Siempre tendréis pobres entre vosotros”. Una visión más optimista nació el siglo pasado. La humanidad miraba boquiabierta y esperanzada en los avances científicos y tecnológicos que llegaban cada día. Inglaterra, Europa, EE.UU. Y Japón experimentan una revolución industrial que levanta las condiciones de vida de las mayorías. A la vez, se extiende la democracia; y, ya sea en las urnas, o con fusiles revolucionarios, los mismos pobres rechazan un fatalismo ante su condición.

 

La Guerra Fría cristaliza ese positivismo: Ganar la guerra consiste en ganarse adeptos ideológicos. En vez de tanques, la guerra se libra con tractores, semillas y expertos. En ese contexto, fue lo más natural que Robert McNamara, quien lideró las fuerzas norteamericanas en Vietnam, pasara directamente a liderar el Banco Mundial y a lanzar desde allí una “guerra contra la pobreza”. En 1973, no duda en anunciar que para el año 2000 se habría erradicado la pobreza en el mundo.

 

¿Se ganó la guerra? Sí y no. Cayó el muro de Berlín, pero sigue librándose la batalla del desarrollo humano. Si lo vemos desde en una perspectiva histórica, sin embargo, el progreso ha sido enorme. En apenas medio siglo la pobreza extrema (los que viven con menos de un dólar al día) se ha reducido de la mitad a menos de un cuarto de la población mundial. El éxito más significativo se ha dado en Asia, gracias al milagro económico de los tigres, pero sobre todo por el extraordinario avance económico y social de los dos países que concentraban la mayor pobreza en el mundo, la China y la India.

 

¿Cuál ha sido el camino con más éxito? ¿Agrandar la torta, como propone la derecha, o repartirla mejor, según la propuesta del izquierdista?

 

La historia reciente contiene ejemplos para todo ideólogo. En la China, la mejora pasó por una revolución que mató a más de 20 millones a costa, obviamente, de no respetar sus derechos humanos. El éxito de la India ha sido democrático y en su mayor parte sin grandes redistribuciones. Corea del Sur, Tailandia y Malasia optaron por el crecimiento capitalista, reprimiendo a los sindicatos. Y en el Perú, el reparto de la torta no alivió la pobreza rural.

 

Las herramientas han sido variadas, en parte porque cada político quiere dejar su huella propia. Se crea, y luego se abandona, programa tras programa, pero a la larga se descubre que las teclas son pocas y que el cambio es más de reempaque que de sustancia. La receta que está de moda es la educación, sin duda un instrumento poderoso. Sin embargo, el Perú tiene ahora diez veces el número de universidades de las que tenía Inglaterra cuando se produjo su revolución industrial; el despegue de Corea del Sur, a partir de 1960, se logró con una población con menos escolaridad que la peruana en esa fecha; y la Argentina, seguramente el país más educado de la región, hoy tiene muchos más pobres que hace medio siglo. No estoy recomendando cerrar los colegios; pero sí moderar la retórica educativa.

 

La fórmula más engañosa es la que pide crear empleo. Esta media verdad acierta porque a la larga la pobreza no puede desaparecer en base a dádivas. Pero engaña porque se convierte en una justificación para cualquier empleo. Con ese argumento, el político justifica cualquier proyecto, incluso aumentar la burocracia, como solución a la pobreza.

 

A pesar de los retrocesos, y en muchos casos, a pesar de los políticos, la pobreza extrema es una especie en vía de extinción. Como estamos en la era de la impaciencia, quisiéramos que todo sucediera más rápido, pero, aún con todo su gradualismo, estamos atravesando un cambio revolucionario en la vida humana.

 

Publicado en El Comercio, 4 de mayo de 2003.

 

 

 

La caja de herramientas

Richard Webb

Cuando se construye, hay que ser práctico. Lograr la casa perfecta no consiste sólo en dibujar un hermoso proyecto, con todos los detalles soñados por cada miembro de la familia. Es necesario conocer de resistencia de materiales, saber ajustarse a un presupuesto, y elegir operarios calificados que conozcan bien sus herramientas.

 

A nivel individual, esa sabiduría abunda en el Perú: casi todos hemos construido nuestras propias casas. Pero cuando se trata de construir la casa colectiva del país –una economía y sociedad modernas- nos quedamos al nivel de los diseños soñadores. Nos dedicamos más a la belleza del proyecto que a los aspectos prácticos de llevarlo a cabo.

 

Gobernar es tan oficio como ser sastre, cirujano o zapatero. Y como en todo oficio, gran parte del arte consiste en conocer bien las cualidades y limitaciones de las herramientas de trabajo.

 

¿Con qué instrumentos cuenta un gobierno? ¿Qué herramientas existen para transformar el barro de la vida actual en esa bella obra que es la sociedad que anhelamos? Lamentablemente, el instrumental es más débil de lo que creemos.

 

La receta típica de un plan de gobierno, por ejemplo, contiene los siguientes ingredientes: cuatro partes de cambio de normas, tres partes de mayor gasto, dos partes de recomposición del aparato del Estado, y una pizca de trabajo con socios estratégicos.

 

Podría decirse que el cambio de normas es la herramienta preferida. Cada nuevo gobierno propone mejorar la sociedad mediante un largo catálogo de nuevas leyes, decretos y resoluciones. Incluso, la misma Constitución rara vez se salva. Pero el problema mayor del país es más la falta de cumplimiento que la idoneidad de la norma. La herramienta legislativa funciona para la minoría formal. ¿Y el resto del país? ¿Qué herramienta existe para gobernar a esa creciente mayoría?

 

En segundo lugar tenemos el gasto que hace el Estado. Se trata de un poderoso instrumento para crear bienestar y desarrollo, en la forma de bienes comunes como son la defensa y la seguridad, el medio ambiente, la cultura, la justicia, y la dignidad moral que trae la solidaridad con los más necesitados. Pero el Estado no crea riqueza, sólo la redistribuye. Por cada maestro, camino, y buque de guerra que financia el Estado, tiene que quitarle al contribuyente un valor equivalente de capacidad adquisitiva. Este gasto estatal, además, encierra algunos peligros, en particular la ineficiencia, la corrupción y el sobre-gasto, que al final desestabilizan a un país.

 

La tercera herramienta que utilizan los gobiernos es la reestructuración del aparato estatal. La teoría que sustenta tales cambios es que la ineficacia del gobierno es culpa de una inadecuada estructura administrativa. Donde había una repartición, se divide en dos. Donde habían dos, se juntan en una. En esto hay algo de redecoración, como el ama de casa que continuamente reubica los muebles de su sala. De otro lado, hay un potencial enorme para una reforma del Estado que realmente eleve su efectividad, y la reciente ley de Modernización del Estado Peruano es un paso especialmente prometedor en esa dirección.

 

El cuarto instrumento, la pizca de trabajo con socios estratégicos, es el más novedoso. En el mundo actual, los gobiernos descubren que no es necesario ni eficaz ser autosuficiente en la ejecución de sus funciones. Y se experimenta con muchas formas de trabajo colaborativo. Así, en el Perú el Ministerio de Salud firma convenios con comunidades para delegar en ellas la tarea de administrar su propia salud. El Ministerio de Transportes firma contratos con PYMEs para el mantenimiento de caminos rurales. Los convenios de colaboración entre el Estado y las ONGs se vuelven una modalidad común de trabajo, especialmente en temas sociales. Las concesiones para explotar recursos naturales, culturales o turísticos se basan en la misma lógica. Incluso la regionalización puede considerarse como una forma de delegación y trabajo colaborativo entre los distintos niveles del Estado.

 

La caja de herramientas para gobernar es limitada, pero muy mejorable. En realidad, el instrumento más importante no ha sido mencionado aquí, por la simple razón que los mismos gobernantes rara vez lo hacen explícito. Se trata de los intangibles que sustentan y dan fuerza a toda acción del Estado para realmente gobernar a la población. Me refiero a la mística, la credibilidad, el respeto, los valores compartidos, y el liderazgo moral. Ese conjunto de valores intangibles son, al final de cuentas el instrumento más poderoso con que cuenta un gobierno.

 

Publicado en El Comercio, 20 de abril de 2003.

 

 

 

¿Bonos, bombo o bomba?

Richard Webb

Cada día, con bombos y platillos, nos anuncian otra colocación de bonos soberanos. Y para variar, desde esta semana el Estado coloca letras del Tesoro. Algunos acusan al gobierno de maniobras para capturar nuestros ahorros y así cubrir su déficit. Otros alaban cada “éxito” de la gestión financiera.

 

¿Nos hundimos bajo una avalancha de colocaciones y de endeudamiento?, ¿o se trata de noticias sesgadas? Los medios, sabemos, solo nos cuentan parte de la historia: la mala. La buena aburre. Nunca he visto un titular “Tesoro hoy pagó US$100 millones de deuda”. Todos los meses se hacen grandes pagos de deuda que pasan sin comentario.

 

¿Cómo saber si preocuparnos o no?, ¿si esos bonos que anuncian en la televisión son un endeudamiento razonable o una bomba de tiempo?

 

Empecemos aclarando que no hay una deuda, sino varias: la pública, la externa y la privada.

 

La que más se publicita es la pública, o sea la del Estado. Es que duele como una muela, dolor mudo pero constante. Lo sentimos con cada pago de impuestos, y cada año cuando al debatir el Presupuesto de la República nos hinca tener que asignar a los bancos acreedores cuantiosas sumas que podrían destinarse a obras, textos escolares o atención de enfermos. Hoy acusamos a los gobiernos anteriores de habernos dejado tanta deuda. Ojalá nuestros hijos no se quejen igual que nosotros, por no saber controlar la billetera.

 

Por contraste, la deuda externa –lo que los peruanos debemos a otros países- pasa casi desapercibida. Excepto cuando se nos acaban los dólares. Hoy, esa eventualidad parece remota. El BCR nunca ha tenido tantas reservas y el pobre dólar se hunde ante la fuerza del sol. Pero como dice Pedro Navaja, “la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida”. Acabamos de verlo en países vecinos. Y cuando llegan, el dolor es cardíaco.

 

La tercera deuda, la privada, es la más ignorada de todas. Es lo que debemos las empresas y las familias. Todos sabemos que los préstamos son una tentación y muchos se hunden en ellos. Pero estábamos acostumbrados a que el crédito fuera tan escaso y caro que nadie vislumbraba la posibilidad de un exceso general.

 

En cuanto a las crisis de deuda, el pecador habitual era el gobierno. El sector privado era racional y no había por qué vigilarlo. Hasta que llegó la avalancha de dinero de los años noventa. Empresas grandes y chicas, oficinistas y amas de casa aceptaban con las dos manos los atractivos créditos ofrecidos por los bancos y las casas comerciales. Pero la fiesta se acabó con la recesión de 1998 y de allí, el dolor de la resaca y de la dieta forzosa.

 

Las deudas tienen dos tipos de costos. Primero, el peso rutinario del repago. Es lo que tenemos que sacrificar cada vez que toca una cuota, una carga rutinaria fija que se puede conocer cuando se acepta el préstamo.

 

El segundo costo es harina de otro costal: ¿Qué pasa si un día no podemos pagar la cuota? Es difícil adivinar cuán probable es ese riesgo. Y más difícil prever el tamaño del castigo.. ¿Pierdo mi casa?, ¿interrumpo los estudios?, ¿achico mi negocio? ¿pierdo mi reputación?

 

La deuda pública actual es alta. Representa 45% del producto nacional y sus intereses consumen 15% de lo que el gobierno recauda. Más deuda sería entrar en terreno peligroso. Además, el mundo viene dando tumbos. Es buen momento para reducir los riesgos que sí están en nuestras manos, viviendo con menos deuda, especialmente la del Estado.

 

¿Cómo reducirla? La receta no es novedosa: no gastar más de lo que se recauda y lograr más inversión y crecimiento del PBI. Ni más ni menos. Cada emisión de bonos es un detalle noticioso pero, como los árboles, nos puede hacer perder de vista el bosque.

 

Publicado en El Comercio, 30 de marzo de 2003.

 

 

 

Haciendo caja

Richard Webb

¿Empresa privada? ¿Capital extranjero? ¿Concentrado en Lima? ¿Evade normas? Conteste no a cada pregunta y, contra todo lo esperado, tendrá el perfil de una de las actividades más dinámicas y exitosas en el Perú: las Cajas Municipales de Ahorro y Crédito Provinciales (CMAC).

 

Las CMAC son estatales, formales, y casi todas sus actividades se ubican en provincias. Su crédito es de apenas S/.2,500. Si el gran banco comercial es algo así como un Metro o Jockey Plaza, la CMAC es el bodeguero de la esquina que se pasa el día vendiendo tres caramelos de limón envueltos en papel a cada niño.

 

A pesar de sus aparentes desventajas, estas bodeguitas financieras han crecido a la extraordinaria tasa de 41,5% al año durante el último cuatrienio. En el mismo período, la banca comercial –los Jockey Plaza de las finanzas- se achicó. Ciertamente, la contribución de las CMAC al crédito total en el país sigue siendo pequeña, apenas 3,1% pero su peso es grande en provincias donde aportan el 20% del total. Y, al paso que van, dentro de una década serán cerca de la mitad.

 

Además, la cartera atrasada de las CMAC es apenas 6% cuando la de los bancos es 14,8%, y su crédito no está dolarizado, como en la banca, por lo que no conlleva un riesgo cambiario y ayuda a desdolarizar la economía. ¿Cuál ha sido la receta del éxito de las CMAC? La idea nace en el gobierno del general Francisco Morales Bermúdez, en 1980. Un paso clave se dio dos años después, cuando la primera CMAC en Piura pide ayuda a la Sociedad Alemana de Cooperación Técnica, la GTZ. Los alemanes traen su experiencia de crédito cooperativo y asesoran a Piura y luego a las demás CMAC que se van creando, proponiendo la creación de una Federación de Cajas como instrumento de capacitación y asesoramiento, acompañando y guiando de esa manera a las CMAC hasta el año 1999. Si hubo subsidio, no fue más que un pequeño capital de semilla, hoy largamente superado por la reinversión de utilidades, y la asesoría técnica de la GTZ.

 

La clave del modelo ha sido la rigorosa evaluación y monitoreo de los créditos, metodología que ha fomentado la cultura de pago. Las CMAC no son una banca de beneficencia, creada para el socorro de necesitados o damnificados, concepto que duró hasta hace pocas décadas y que se expresaba en el antiguo nombre de la Caja de Lima. “Monte de Piedad de las Animas del Purgatorio”. La filosofía actual es más bien el de una banca productiva para clientes que asumen su responsabilidad individual. Las CMAC cobran tasas de interés altas –hoy 50,6% para créditos en soles- con las que cubren sus elevados costos administrativos además de las atractivas tasas de interés pasivas que pagan para atraer depósitos.

 

Sin embargo, y a pesar de su cara dura, cada vez que la CMAC otorga un crédito podría decirse que “rescata” a un microempresario de las manos de un prestamista informal que cobra 200% o más.

 

Cabe señalar que la enorme expansión del crédito de las CMAC se ha logrado a pesar de no contar con garantías formales, exigencia imposible para la mayoría de sus clientes. Se evidencia así que la titulación de las propiedades no es un requisito previo para que el crédito llegue a los más pobres.

 

Su éxito hasta ahora no les asegura el futuro a las CMAC. Como en las carreteras, en las finanzas también la velocidad mata. Además, es inevitable que el negocio evolucione hacia productos y clientelas distintas, cambios que exigirán nuevas formas de gerencia y de control. El peligro mayor, sin embargo, viene de los que plantean modificar el modelo, por ejemplo poniendo topes a las tasas de interés que cobran u obligándolos a privatizarse. Mi recomendación es dejarlos trabajar. Con tanto que hay que cambiar en el país, no cambiemos lo que está funcionando bien.

 

Publicado en El Comercio, 18 de marzo de 2003.

 

 

 

Lecciones europeas

Richard Webb

El avance tecnológico de la humanidad es de admirar. Cada día nos sorprende una nueva maravilla de la creatividad. Hoy nos asombramos de mini pantallas con las que podemos ver y hablar con cualquiera persona en el mundo. Pero menos hemos avanzado las formas de convivencia pacífica, justa y de colaboración productiva con nuestros semejantes. En el aspecto social, mayormente seguimos aún en la Edad de Piedra.

 

Por eso debemos prestar especial atención al milagro de la creatividad social que ocurre en Europa. Hace medio siglo, Europa no era más que un área en el mapa, un pedazo de geografía, mera arcilla. Hoy, esa arcilla recibe el soplo de la vida. El parto lleva medio siglo, pero cada día se consolida. Nace un nuevo país.

 

Las distintas razas y naciones que en ese territorio durante milenios se mataban unos a otros, han optado por vivir en paz, creando una sociedad colectiva basada en normas comunes, compartiendo instituciones, en efecto, organizando un verdadero país, la Unión Europea. Y aún continua el proceso de integración: internamente, se refuerza la centralización de la autoridad política; y externamente, se sigue incorporando a nuevos miembros. En el 2004 la membresía pasará de 15 a 25 países con la incorporación de 10 países que están en la lista de espera, mayormente de la Europa Oriental. Se va creando así una de las naciones más grandes que el mundo ha conocido. ¿Qué podemos aprender de ese acto de creación social? Este proceso unitario tiene tres características fundamentales. Primero, la democracia. Por primera vez se crea una gran nación, no por conquista sino como expresión de la voluntad manifiesta de sus integrantes, definida a través de sucesivas elecciones y referendos. Segundo, el realismo político en lo se trata del papel respectivo del Estado y de los mercados. Si bien la ampliación de los mercados ha sido parte medular de todo el proceso, la apertura se ha visto acompañada de un alto grado de regulación. Cada paso dado en la apertura es precedido por un intenso debate, pero al final se observa un proceso equilibrado, que ha logrado más mercado con aceptación política. Ha sido una apertura con un grado de manejo, buscando así reducir los costos y aumentar los beneficios de la inevitable globalización.

 

Tercero, la solidaridad. El punto de partida fue de un alto grado de desigualdad entre las distintas sociedades de Europa. Además, la apertura de mercados iba generando beneficios y costos desiguales. De allí la importancia de los mecanismos de solidaridad entre países, de trato preferencial a los menos desarrollados y de compensación social a los grupos más afectados por la apertura, que han sido parte integral del proceso europeo. Otra lección del proceso es la ejecución de las reformas, una tarea casi siempre impopular. Antes de acceder al mercado común, los actuales miembros cumplieron con una impresionante lista de reformas institucionales, legislativas y de políticas de gobierno. De igual manera, los países que hoy se encuentran en la lista de espera están abocados a cumplir con esas condiciones para su ingreso, como si fueran atletas que se entrenan rigurosamente para competir. Se deduce que, como estrategia reformista, el atractivo de la integración es más fuerte que el del crédito internacional condicionada a reformas, que rara vez se cumplen con el rigor y el compromiso necesarios para que sean sostenibles en el tiempo. Es que los beneficios de la integración son más democráticos que los de los préstamos que van a manos de los gobiernos y cuyo destino final es poco claro para la población. Una conclusión de optimismo. A pesar de los múltiples problemas, y muchos retrocesos de la vida social, tenemos en la nueva Europa un ejemplo de extraordinario éxito integrador y civilizador, donde el avance económico y social han ido de la mano.

 

Para el Perú, las lecciones de Europa no se limitan a la integración externa. Esas mismas lecciones deben aplicarse a la gran tarea peruana de integrar sus distintas regiones y grupos sociales, o sea, crear un solo Perú. Para ese objetivo importante insistir en la democracia, en el realismo político, en la solidaridad entre desiguales.

 

Publicado en El Comercio, 9 de marzo 2003.

 

 

 

El ABZ de la inversión

Richard Webb

28 Razones de cómo optimizar la inversión pública y privada.

 

A. Sin inversión, el país seguirá en la pobreza.

 

B. La inversión va cuesta abajo.

 

C. Este año se registrará el nivel más bajo de toda una década.

 

D. ¿Cuánto? La cifra más usada es la de la inversión bruta interna, que en los años 1995-1998 promedió casi 24% del producto nacional. Este año será de apenas 18%.

 

E. La caída no es sólo con relación a los niveles recientes; este año la inversión estará por debajo del promedio registrado en los últimos 30 años, que fue 23%. Pero la realidad es aún peor.

 

F. Es que el acervo de obras, máquinas y equipos productivos se deprecian continuamente. ¿Cuánto dura una carretera o un camino rural en el Perú? ¿Cuánto una máquina? ¿Una bolichera? Gran parte de la inversión es sólo para reponer lo que el viento se lleva cada año, por desgaste y obsolescencia. Lo que realmente aumenta la capacidad productiva del país no es la cifra oficial de inversión bruta que todos citan sino la inversión neta, o sea lo que queda después de restar la depreciación que sufren los bienes de capital cada año.

 

G. ¿Cuánto es la inversión neta? Lamentablemente el gobierno no publica esa cifra a pesar de su importancia vital. Pero, si tenemos en cuenta la vida útil de los distintos bienes de capital y las estimaciones efectuadas para otros países, la depreciación puede estimarse en el Perú en por lo menos 7% del producto nacional. Eso significa que la inversión neta en el Perú este año será apenas de 11% del producto, que se compara con un promedio de 16% durante las últimas tres décadas.

 

H. Ojo, que buena parte de ese 11% consiste en la construcción de viviendas.

 

I. En el 2004 será aún menor. La obra de Camisea, que este año representa un quinto del total y nos está salvando de un verdadero colapso, se está terminando. Además, el deterioro del cuadro político, el temprano inicio de la campaña presidencial del 2006, la creciente inestabilidad de las reglas de juego para el empresario y la multiplicación de obstáculos burocráticos indudablemente seguirán alejando a los inversionistas.

 

J. ¿Qué hacer?

 

K. Se abre un camino cuando nos fijamos, no en el monto de la inversión sino en su calidad.

 

L. Somos pésimos inversores. Para empezar, durante tres décadas hemos invertido un promedio de 23% del producto sin que se traduzca en mejora alguna en el producto por persona.

 

M. Luego, está la evidencia de un calamitoso manejo de la inversión pública: una extraordinaria población de elefantes blancos repartido por el territorio nacional, contribuyendo, podría decirse, a nuestra riqueza ecológica, grandiosas pero inútiles inversiones que incluyen edificios ministeriales, plantas estatales quebradas, hospitales vacíos, terminales pesqueros nunca usados, y costosas irrigaciones.

 

N. También de la privada. Por donde uno mira, encuentra evidencia de errores empresariales: bolicheras construidas justo antes del colapso de la pesca; diez bancos desaparecidos en los últimos cinco años; y un exceso de casi todo -combis, ticos, universidades, fábricas textiles, plantas pesqueras, hoteles, huertos de limón, clínicas, minas cerradas, y grifos en cada esquina. ¿Qué fue de todas las inversiones en exportaciones no tradicionales de los años setentas? ¿Cuánta inversión agrícola se ha perdido en cultivos ya no rentables y en tierras ahora salinizadas?

 

O. En vez de centrarnos sólo en conseguir más inversión, ¿Por qué no buscamos la manera de mejorar la calidad de la gestión inversora? Invirtiendo con más criterio, gastando más en mantenimiento y reparación, y orientando la acción pública para que apoye en vez de agredir a la inversión ya efectuada -sacándole el jugo a cada sol invertido- podríamos dinamizar la economía con menos ahorro, menos endeudamiento, y menos carga tributaria.

 

P. Otro camino de solución se abre cuando distinguimos entre la inversión hardware y la inversión software.

 

Q. Centramos casi toda la atención en el hardware, o sea, en las obras y las maquinarias. Se trata de una visión anacrónica. Invertir es crear futura capacidad productiva y en el siglo XXI eso se hará cada día menos con hardware y más con el software que es la educación, la investigación, el refuerzo de las instituciones, la salud preventiva, el marketing, las relaciones públicas, la buena preparación de proyectos, la mejora en la gestión humana, y la creación de valores. O sea, creando capital humano y social.

 

R. La inversión software no es gratis, pero sí comparativamente más económica y altamente productiva.

 

S. Otra forma de aprovechar mejor a la inversión sería crear más sinergia entre la pública y la privada. Las grandes obras públicas se vuelven disparos al aire si no están complementadas por inversiones privadas. “Pública o privada” es una opción falsa. Siempre se requiere de ambas. Se trata de hacerlas trabajar juntas. Una obra pública que no va acompañada y completada por inversión privada termina como un monumento faraónico en el desierto, que es literalmente el caso de algunas irrigaciones. Toda inversión pública necesita incluir una estrategia para lograr ese esfuerzo complementario privado.

 

T a Z. Reservadas para sus ideas, señor lector –el país lo hacemos todos..

 

Publicado en El Comercio, 13 de noviembre 2002.