Paz social
Por Richard Webb – Director del Instituto del Perú de la USMP
Los ingredientes conocidos para construir una economía, sabemos, son el trabajo, las riquezas naturales y las diversas formas de capital, como las maquinarias, los instrumentos y las construcciones. Pero existe, además, otro instrumento productivo, poco comentado en el debate económico. Me refiero a la paz social, condición que se basa necesariamente en la aceptación pacífica de reglas colectivas, y que hace posible así la cooperación productiva a todo nivel social, vengan las reglas de una comunidad rural, o de un Congreso nacional cuyos líderes políticos recurren a la violencia cuando no tienen mayoría.
A pesar de nuestro actual compromiso con la democracia, nuestra historia política no nos ayuda cuando se trata de transar y aceptar reglas democráticas. Es que, en paralelo a educarnos en cuanto a los valores de una democracia, celebramos las acciones de violencia que fueron las parteras de nuestra república. Por cierto, se trata de una esquizofrenia común entre las repúblicas del mundo, que celebran las reglas de una democracia, pero también la violencia que dio nacimiento a su república.
En nuestro caso, el proceso de la independencia se inició con Tupac Amaru, quien murió en 1778. Según las estimaciones de Bruno Seminario, el costo de la revolución a partir de esa fecha hasta la declaración final de independencia, incluyendo el conflicto armado y la destrucción de bienes productivos, sumó aproximadamente la mitad de todo lo que producía la economía colonial entonces. Durante las siguientes décadas, la nueva economía republicana primero se recuperó lentamente, pero finalmente empezó a crecer fuertemente por el impulso de las exportaciones de guano.
Cuando estalló la guerra con Chile, el PBI había llegado a triplicar el volumen que tenía al inicio de la república. Pero, si bien la economía logró superar sustancialmente su reducido punto de partida al inicio de la república, ese logro inicial hubiera sido mucho mayor si la vida del empresario no hubiera estado acompañada por un muy alto nivel de inseguridad generada por las continuas guerras civiles, los cambios políticos y de autoridades y los cambios constitucionales que se dieron durante esa primera etapa republicana.
Y, además del cambio continuo en el marco legal y político, se vivía una extrema falta de seguridad en lo personal. Todo viaje afuera de una ciudad implicaba un alto riesgo de robo y hasta de vida, limitando y encareciendo cualquier movimiento de personas y bienes dentro del territorio nacional.
Aun así, los costos de una limitada seguridad durante esa primera etapa republicana resultaron ser triviales en comparación con el revés sufrido tras la derrota en la guerra con Chile. Durante las primeras seis décadas de la república, el producto por habitante se había elevado dos veces y media, desde US$107 en 1820 a US$260 en 1878, pero la totalidad de esa mejora fue borrada por los efectos de la guerra. Para 1883, el producto por habitante había regresado casi al nivel exacto que registraba el primer día de la república.
No obstante, ese revés, después de unos años, la economía retomó el crecimiento e incluso superó la velocidad de avance logrado antes de la guerra. Así, desde fines de la guerra con Chile, y hasta el 2019, nuestra economía ha logrado ser una de las más dinámicas del mundo, creciendo a una tasa promedio por persona de 2,1% durante más de un siglo.
En ese mismo largo periodo de 134 años, superamos el crecimiento del PBI por persona de Alemania, que fue 1,9% al año, y de Estados Unidos, de apenas 1,6%. Nuestra pobreza actual, en relación con Europa, tendría su explicación más en el enorme retraso creado por la guerra con Chile que en un menor dinamismo. Hace casi 80 años el futurólogo Harrison Brown publicó un libro titulado “Los próximos cien años” y como frase final escribió: “El futuro de la sociedad industrial dependerá de si el hombre podrá aprender a vivir con el hombre”.
Publicado en El Comercio, el 18 de junio del 2023