El gran hipódromo

Arranca un nuevo año académico, y los jóvenes deben optar por una carrera. ¿Hacia dónde “correr”? Lo que está en juego son dos apuestas.

La primera es totalmente personal. ¿Quién soy? ¿En qué ocupación me voy a realizar a plenitud? Se trata de un autoexamen nada fácil. Antes de cumplir 20 años, ¿quién se conoce realmente? Además, un joven difícilmente puede conocer cómo es la experiencia de vida en las diversas ocupaciones cuando no son las de sus propios padres. Pero la segunda apuesta es quizás la más difícil. ¿Cuáles van a ser las profesiones con mayor demanda, o con mayor relevancia social, dos o tres décadas adelante? Decidí entonces compartir algunas observaciones propias, recogidas a lo largo de mi vida de trabajo, y que quizás sirvan de alerta en ese difícil reto apostador.

Hasta el grado de bachillerato estudié dos profesiones, Economía y Geografía, sabiendo que, eventualmente, tendría que optar entre ellas. Mi favorita era la Geografía, quizás porque tuve una niñez semirrural, llena de paseos y aventuras en el campo y de viajes a otros países. Pero me fui dando cuenta de que las opciones de trabajo como geógrafo iban a ser reducidas. Como disciplina académica desaparecía, y como profesión para la vida práctica no existía. Con pena, opté por seguir un doctorado en Economía y, desde Europa –donde estudiaba–, les informé a mis padres que estaban en Lima. Mi madre me escribió entonces diciendo: “Qué pena, hijo, porque eso significa que no te veremos más; porque esa carrera no existe en el Perú”. Lo que decía era cierto en esos años. Existían facultades de “Economía, Contabilidad y Administración”, pero el contenido de economía era casi nulo. Sin embargo, sucedió lo inesperado. Terminé mis estudios y fui contratado por el BCR justo cuando se prendía el foquito de la economía como ciencia. En los siguientes años, el mismo BCR se volvió un motor de formación de economistas, seguido de una que otra universidad. Se produjo un ‘boom’ de la ciencia económica. En 1956, menos de 200 universitarios en el Perú estudiaban Economía. Para 1988, el número aumentó a casi 30.000. El prestigioso economista iba a resolver los problemas del país. Sin embargo, desde ese pico, la economía ha venido perdiendo interés. El número de estudiantes se ha estancado y, como porcentaje, se ha reducido sustancialmente porque los empleadores hoy buscan gente menos teórica y más práctica; por ejemplo, expertos en finanzas.

En ese camino, se produjo una segunda sorpresa. Hacia fines del siglo pasado, empecé a darme cuenta de una nueva temática que se insertaba en casi todas las reflexiones y debates de política, la ecología. Hoy, es casi imposible hablar de cualquier tema productivo o social sin hacer referencia al medio ambiente; y, con el calentamiento climático, su importancia, sin duda, va a seguir aumentando. Al principio, escuchaba “ecología” y lo percibía como un tema novedoso, hasta que un día me di cuenta de que se trataba de mi primer amor profesional, la geografía, pero rebautizado. La “geografía”, que estudia la relación entre la gente y la tierra, había desaparecido tan completamente como uno de esos ríos que desaparecen debajo de la superficie de la tierra, pero, kilómetros después, reemergen a la superficie, más brillosos y cargados que nunca.

Una tercera sorpresa empezó en los años 70, cuando recién se había abierto la Universidad de Lima y conversaba con una de sus estudiantes. Me contó que estudiaba “Comunicación” y que había una facultad entera dedicada a esa especialidad. Me costó tomarlo en serio. Sabía de facultades de Periodismo, y que en algunas academias se daban cursos de Relaciones Públicas y, pensé que, como universidad nueva y privada, la de Lima hacía un márketing de esos conocimientos con un cambio de nombre. Gigante error. En realidad, adelantándose a la creación del Internet, en la Universidad de Lima nacía una de las disciplinas centrales de nuestro siglo actual, que hoy jala a más alumnos que la economía.

Creo que, después de seis décadas de trabajo profesional, por fin empiezo a aprender algo: apostar, sí, porque muchas veces no hay alternativa; pero hacerlo con sentido de humor.

Publicado en El Comercio, 16 de Febrero del 2020.

Comments
  • Romy Vásquez dice:

    A mis 43 años me propuse terminar el inglés hasta el nivel avanzado y lo logré. Allí conocí a una amiga que a a sus 20 años quería ingresar a la universidad pero se sentía “vieja” porque no empezó a estudiar cuando terminó el Colegio. Juntas reflexionamos acerca de que ello era un error porque tener 20 años le ayuda a tomar una decisión más reflexiva y clara acerca de lo que me gusta o no y sobre cómo se ve siendo una profesional. Y realmente así fue, ella se ha dedicado a analizar qué carreras le gustan y si tienen o no probabilidades reales de empleo. Ahora está postulando, nunca es tarde para seguir estudiando, me alegra haber sido su ejemplo.

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