Puntito por puntito

Entre el 2017 y el 2018 la población en estado de pobreza se redujo en apenas 1,2 puntos porcentuales. Peor aún, el número se había elevado el año anterior dejando una ganancia neta de apenas 0,2 puntos porcentuales en tres años. ¿Por qué no avanzamos más rápido? ¿Por qué no repetimos el éxito de la revolución industrial?

Empecemos con una mirada a esa “revolución”, la transformación productiva y de calidad de vida que se inició en Gran Bretaña a mediados del siglo XVIII, y que en el siglo XIX se extendió a Alemania, Francia, Rusia y Estados Unidos, marcando un antes y después en la historia económica del mundo. ¿Con qué velocidad desapareció la pobreza en esos países? No disponemos de estadísticas de “pobreza” para esa época, pero un reportaje publicado en 1819 por el periódico “The Observer” de Londres nos pinta la situación siete décadas después del inicio de la “revolución”.
“The Observer” informa que en el Parlamento Británico el diputado Moore había presentado un proyecto de ley para mejorar las condiciones laborales de los obreros textiles en la ciudad de Coventry. El horario de trabajo, dijo el señor Moore, era de 16 horas al día. De las cinco categorías de obreros, el más alto recibía dos y medio peniques (centavos) por cada dos horas de trabajo. El nivel más bajo recibía apenas 18 peniques a la semana. Los trabajadores incluían niños desde los 6 años. Más de medio siglo de revolución industrial había tenido escaso impacto en las condiciones de vida de la clase obrera. Incluso, para muchos la vida era peor.
Lo que aprendemos de la historia es que no basta una revolución industrial para terminar con la pobreza. Su impacto, en todo caso, se limita a un pequeño grupo de trabajadores y capitalistas. Eliminar la pobreza necesita además un segundo cambio drástico, una transformación radical en las formas de vida productiva, social y cultural de la mayoría de la población. La pobreza no desaparece apenas llegan fábricas, minas y otras inversiones modernas, como quien prende la luz. La gran mayoría de la población no participa en ese núcleo de alta productividad, y la mejora en sus niveles de vida dependerá de una segunda revolución, una transformación que no desciende desde un cielo tecnológico sino que es realizada desde abajo hacia arriba, por la población misma que pone iniciativa, sacrificio y habilidad para adaptarse y reinventarse, mudándose a otros lugares, cambiando de ocupación, aprendiendo nuevos oficios, escolarizándose, creando nuevas relaciones sociales, incluso acostumbrándose a un nuevo idioma.
Esa reinvención social y territorial, que equivale casi a la creación de un nuevo país, ha sido la trama central de nuestro siglo XX. La población se ha reubicado dentro del territorio, del campo a la ciudad e invadiendo la selva, obligando a la construcción masiva de nuevas viviendas e infraestructura, y a la creación de nuevas formas de institucionalidad social para defenderse en esos nuevos lugares y oficios y, en todo momento, asumiendo enormes costos y riesgos personales. No sorprende que la mejora económica no haya llegado automáticamente para la mayoría, especialmente para los habitantes de 100 mil recovecos aislados de la sierra y selva. Al cierre del siglo pasado, dos de cada tres peruanos seguían viviendo en pobreza.

Pero, como sucedió en Gran Bretaña y en otros países avanzados, en el Perú también se está complementando la revolución tecnológica con una revolución social y desde fines del siglo XX se registra una aceleración en la mejora económica de una mayoría. El avance sigue siendo puntito por puntito, pero por fin ha empezado a sentirse en la población más excluida en la sierra y selva. La pobreza se puede medir con bastante certeza desde el 2004 y, desde esa fecha, el gasto promedio de las familias rurales en la sierra ha mejorado en 70%, el doble de la mejora del 37% registrada por las familias de Lima. La revolución tecnológica nos llega del cielo y mayormente entra al Perú por Lima. Pero, más y más, ese aporte se viene complementando con el de una revolución que se da desde abajo, por la misma población más desventajada del país.

Publicado en El Comercio, 14 de Abril del 2019.

Comments
  • Clive G Ramsey dice:

    Ya debemos de haber aprendido q el desarrollo del país no se da por leyes ( de arriba hacia abajo) sino incentivando y dejando q de desarrolle por constumbres y experiencias de abajo hacia arriba, q además es más duradero y real. Miremos lo fenómenos de los polos norte y sur de Lima, q con la informalidad y poca legalización crecen más rápido q el resto del país.
    Saludos

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