Velocímetro de la economía

El único instrumento que orientaba a los primeros aviadores era el compás. Hoy, el tablero de control de un Boeing es un cuarto entero equipado con instrumentos de medición. Esa misma multiplicación numérica se ha dado en casi todos los aspectos de la vida moderna. Vivimos con los ojos pegados a un sinnúmero de cifras fluctuantes, porcentajes de aprobación de políticos e instituciones, ránkings de tenistas, rátings de programas de televisión, avances porcentuales en la ejecución de obras públicas, ‘likes’ recibidos en Facebook, nivel de colesterol y cuánta agua, bosque y especies nativas le quedan al mundo. Casi todos esos números son mediciones nuevas, cifras ni siquiera imaginadas por nuestros abuelos.

Paradójicamente, la economía se percibe como una ciencia centrada en los números, pero se ha beneficiado poco de los avances tecnológicos en la medición de resultados. El ‘dios’ de la economía es el llamado PBI, la suma de todo lo producido durante un año, el “tamaño de la torta”. Se puede debatir la composición óptima de ese total, y la injusticia en su reparto, pero esas discusiones pasan a un segundo plano porque lo innegable, se dice, es que, cuando se trata de PBI, siempre más es mejor. Pero si le vamos a dar tanta importancia a esa cifra, convendría educarnos acerca de cómo se calcula exactamente, en particular, de tres deficiencias que nos engañan acerca del verdadero tamaño de esa torta.

 

En los tres casos, el problema se origina en cómo medimos el valor de la producción. En la práctica, lo que podemos observar no es ese valor sino su costo en el mercado. El PBI, entonces, es una suma de los costos de todo lo producido. Pero el costo no siempre es una buena aproximación del valor de un producto.

Un caso es la producción que realiza el Estado. El supuesto del PBI es que el valor de lo producido por el Estado es igual a su costo, mayormente la planilla estatal. Desde el inicio del nuevo milenio se ha producido una fuerte inflación en el número de trabajadores estatales y en las remuneraciones promedio, inflación que el PBI registra como una verdadera mayor producción. ¿Pero, en realidad podemos decir que ha crecido tanto la “producción” de los servicios estatales?

 

Un segundo caso apunta, no a una exageración del PBI, sino más bien al revés. Se trata de avances tecnológicos tan grandes que llegan a trivializar los costos de mercado. Hace un cuarto de siglo invertí más de mil dólares en la compra de los doce volúmenes de la Enciclopedia Británica. Hoy, Internet nos proporciona toda esa información y cien veces más sin costo, un crecimiento productivo no registrado por el PBI. Lo mismo sucedió con la telefonía. Hace medio siglo, cuando estudiaba en el colegio en Canadá y se aproximaba la Navidad, mis padres me escribieron anunciando que mi regalo navideño sería una llamada telefónica, pero que, debido a su altísimo costo, la conversación no podía sobrepasar los tres minutos. Hoy, el país entero conversa por teléfono casi sin parar y a un costo mínimo. El abaratamiento de la comunicación ha sido tan radical que hoy la mitad de los hogares en pobreza extrema tiene un teléfono celular. Se trata de un “valor” gigante, cuya verdadera dimensión no es incluida en el PBI. Otro ejemplo de un valor no registrado por el PBI es el alargamiento de los años de vida. Hoy vivimos el doble de años de lo que era normal hace un siglo, más de 70 en vez de 35 a 40. Esos años adicionales de vida son un regalo, de valor casi inconmensurable, con seguridad mucho mayor a los costos de las mejoras en la salud pública, educación y economía que los ha hecho posibles y que han sido registrados por las estadísticas del PBI.

 

Un tercer caso de error en las cifras del PBI se refiere a la inversión. En ese caso estamos ante un simple error de concepto si es que queremos usar el PBI como medida de la torta creada por las actividades productivas. En esencia, una inversión equivale a comprar un billete de lotería, que quizás algún día rendirá más de lo que costó, pero quizás no. En cualquier caso, no representa una producción ya disponible. Sobran los ejemplos de inversiones, públicas y privadas, que rindieron menos de lo que costaron, así como otras cuyos resultados superaron largamente esos costos. El costo de la inversión viene a ser una estimación arriesgada del valor que generará más adelante, pero, en cualquier caso, tanto su costo actual como la posible mayor producción futura no son parte de una canasta o torta ya disponible … salvo que queramos considerar los billetes de lotería como parte de nuestro PBI personal. Personalmente, optaría por no mezclar los sueños con las realidades contantes y sonantes de hoy.

Publicado en El Comercio, 3 de Marzo del 2019.

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