Desencanto, pánico e inversión
Carlos E. Paredes
1. Hace muchos años que enseño economía en la universidad. Es una actividad muy gratificante, me obliga a estar al día y me permite interactuar con gente joven, ilusionada con su profesión y muchas veces muy ocurrente. Hace poco estábamos comparando la desaceleración económica del 2009, cuando la inversión privada virtualmente colapsó (pasó de un crecimiento de 25.9% en el 2008 a una estrepitosa caída de -15.1%), con lo que sucedió el año pasado, en que la inversión privada se frenó en cerca de 10 puntos porcentuales (su crecimiento pasó de 13.5% en el 2012 a solo 3.9% en el 2013). En este contexto, a fin de fomentar la discusión, pregunté: “¿cuál es la diferencia entre pánico y desencanto?…”
2. Menuda fue mi sorpresa cuando Rosita, una alumna muy aplicada, levantó la mano y dijo: “No sé si será aplicable profesor, pero he escuchado a mi papá decirle a sus amigos que la diferencia entre desencanto y pánico es que el desencanto se produce la primera vez que no puedes cumplir con la segunda función, mientras que pánico es lo que sientes la segunda vez que no estás listo para la primera función…” Las risotadas no se dejaron esperar, me sonreí y traté de retomar la clase, así como trataré de retomar este artículo…
3. En el 2009 cundía el pánico; tras la caída de Lehman Brothers, la economía mundial cayó en picada, se hablaba del “financial meltdown”, de la posibilidad de caer en una segunda Gran Depresión y los más optimistas hablaban de que solo se trataría de una Gran Recesión. La demanda mundial se contrajo y nuestras exportaciones pasaron de crecer al 8.2% en el 2008 a caer en 3.2% en el 2009. Pero el gran shock que sufrimos fue uno de expectativas, que se tradujo en el colapso de la inversión privada y una abrupta desaceleración de la economía. A diferencia de lo que sucedió con el sector privado, las autoridades económicas del país se comportaron con mucho aplomo y dieron buenas señales. Esto contribuyó a que cuando el pánico pasó, la economía se pudo recuperar rápidamente en el 2010 y retomamos así el crecimiento alto y sostenido.
4. Hoy estamos atravesando otra fase de desaceleración, y nuevamente es el cambio en las expectativas y la desaceleración de la inversión privada lo que está causando esta disminución en el crecimiento. Esta vez no hay pánico, hay desencanto. Y aunque suene paradójico, ésta es una mala noticia (al margen de lo que piense el papá de Rosita). El problema es que no estamos frente a un shock externo transitorio, sino probablemente estemos enfrentando un shock interno que podría ser de larga duración: el deterioro de las expectativas y del clima de inversión.
5. ¿Cómo recuperar tasas de crecimiento más altas y, sobre todo, sostenibles? La respuesta no se encuentra en contar con una política monetaria más agresiva (reducir el encaje o la tasa de interés de referencia), pues los bancos están bastante líquidos. Ni tampoco se encuentra en incrementar el gasto público corriente (relativamente fácil de hacer). El reto es fomentar la inversión privada, para lo cual agilizar las concesiones y dinamizar la inversión pública pueden resultar crucial. El crecimiento de la última década no sólo refleja una mayor acumulación de capital privado, sino también una mejora sostenida en la productividad. En parte, estas mejoras en la productividad son producto del progreso tecnológico (Internet, telecomunicaciones), pero en gran medida también producto del impacto de la buena inversión pública: principalmente carreteras, transporte masivo y electrificación rural. Claro, que menos ruido y más seriedad de parte de nuestra clase política también ayudarían.
Publicado en diario Gestión, 03 de Abril de 2014.