La misma moneda

Richard Webb

El futuro es incierto, pero no por eso nos escondemos bajo las sábanas todo el día. No queda más que levantarse, y confiar, sea para hacer negocios, escoger al gobernante o arriesgar el amor. Cuando las cosas salen bien, celebramos la fe que las hizo posibles.

 

¡Ajá! — decimos— ¿ya ves? Había que confiar. Naturalmente, con frecuencia, nos equivocamos y lamentamos entonces haber sido crédulos. Pero es solo a cartas vista cuando sabemos si nuestra decisión fue una meritoria expresión de fe en los demás o un tonto acto de credulidad. Decidir es tirar una moneda al aire, moneda que en su cara dice confianza y en el sello credulidad.

 

Hoy lamentamos la exagerada credulidad que hizo posible la crisis financiera, y preparamos restricciones para impedir una repetición. Sin embargo, limitar la credulidad es restringir también los actos de confianza, porque no se puede saber de antemano cuál será el resultado de cada apuesta. Ciertamente hay margen para reforzar la transparencia en las gestiones públicas y en los negocios, pero en un mundo tan cambiante y dinámico las decisiones de toda índole seguirán teniendo el carácter de apuestas con un alto grado de riesgo. Y la disposición para arriesgar, para ser crédulo, es el motor de la economía.

 

Las encuestas nos permiten saber que la mayoría de las empresas y nuevos negocios fracasan antes de cumplir un año. De no estar dispuestos a apostar y creer, los empresarios no llevarían a cabo la mayoría de sus inversiones, ni existirían el crédito ni los acuerdos informales que lubrican la gestión diaria de todo negocio.

 

El economista Keynes resaltó el papel de los “animal spirits”, la disposición de los empresarios para entusiasmarse y aceptar los riesgos económicos y de orgullo de una inversión como el factor psicológico determinante. Ese mismo concepto es la base de un interesante libro publicado este año por el premio Nobel George Akerlof y el profesor Robert Shiller (quien explicó hace nueve años por qué era inevitable la crisis financiera).

 

Ellos cuestionan la idea de la supuesta racionalidad como base de la economía. La confianza, dicen, no es un acto racional. Si bien puede disponerse de alguna información sobre el futuro, confiar significa, por definición, ir más allá de lo que se sabe y más allá de la racionalidad. Al final, parecería que no es tanto el cálculo frío sino también algo de espíritu juguetón lo que mueve la economía.

 

Publicado en El Comercio, 18 de mayo de 2009.

 

 

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